domingo, 18 de octubre de 2009

ASTRONOMIA PREHISPANICA

Historia de la Astronomía en México

Astronomía Prehispánica

Jesús Galindo Trejo
Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

La observación del cielo ha sido para el hombre un aliciente para la reflexión y la inspiración que se ha dado desde la emocionada contemplación hasta el perspicaz escudriñamiento para plantear alguna explicación de lo que sucede en el firmamento. Ya desde el pasado remoto de México, cuando los primeros grupos humanos poblaron sus regiones con climas y medioambientes tan diversos, se aplicó el conocimiento proveniente de la observación de la bóveda celeste para fundar los asentamientos iniciales que se convertirían posteriormente en grandes conglomerados urbanos. Por otra parte, tal conocimiento alcanzó la mayor jerarquía en el pensamiento prehispánico llegando a considerarse una dádiva otorgada al hombre directamente de los dioses. Los conceptos de espacio y tiempo, materializados de una manera obvia en la bóveda celeste, sirvieron entonces para definir la cosmovisión de los pueblos prehispánicos. Se desarrolló un ceremonial muy elaborado, en el marco de un propio sistema calendárico, para honrar a las deidades que moraban en el cielo. Gran parte del arte arquitectónico, escultórico y pictográfico prehispánico fue acompañado por representaciones simbólicas que remitían claramente a conceptos derivados del ámbito celeste. De esta forma, la clase gobernante, precursora y alentadora de dicho arte, manifestaba que sus obras terrenas se encontraban en completa armonía con los preceptos sagrados lo que se convertía consecuentemente en una tácita legitimación del poder político del soberano frente a su pueblo.

Teotihuacan muestra una traza urbana elegida de acuerdo a principios provenientes del calendario prehispánico. La Avenida de los Muertos es perpendicular al eje de simetría de la Pirámide del Sol. Su alineación a la puesta solar sucede en dos fechas que dividen al año solar en una proporción expresable por cuentas de días provenientes de la estructura de dicho calendario.

Una evidente muestra de esta práctica cultural se tiene en la orientación de las principales estructuras arquitectónicas, e incluso de la traza urbana de las ciudades prehispánicas. A este respecto, hay que señalar que el sistema calendárico prehispánico jugó un papel fundamental en dicha práctica. La cuenta del tiempo en el México prehispánico se basó endos calendarios, uno derivado del movimiento aparente del Sol, organizado en 18 períodos de 20 días, más 5 días para completar el año. El otro, de naturaleza ritual, de sólo 260 días, estructurado en 20 períodos de 13 días. Ambos calendarios corrían simultáneamente al principiar en un mismo momento. Después de los primeros 260 días se desfasaban, sin embargo, una vez transcurridos 52 períodos de 365 días, ambos calendarios volvían a coincidir y entonces empezaban de nuevo. En el transcurso de dicho tiempo habían transcurrido también justamente 73 períodos de 260 días. Como sucedió en muchas culturas de la antigüedad, en el México prehispánico se erigieron grandes estructuras arquitectónicas orientadas hacia la salida o el ocaso del Sol en momentos astronómicamente importantes, como solsticios, equinoccios y en los días en los que el disco solar alcanza el cenit. Ejemplos de este tipo de orientaciones se tiene en la Gran Pirámide de Cholula, la mayor del mundo de acuerdo a su volumen, que junto con la traza urbana de la ciudad colonial, está orientada hacia la puesta solar en el día del solsticio de verano. Debido a la situación orográfica local, esta pirámide también se alinea al Sol en la madrugada del día del solsticio de invierno. La mayor cancha de juego de pelota de Xochicalco, se alinea al ocaso en el día del equinoccio. La Estructura 5 de Tulum, que contiene una hermosa pintura mural relacionando a la deidad solar con la lunar, señala la puesta solar en la víspera del paso cenital del Sol en este sitio maya

El Caracol en Chichén Itzá es un edificio cuyos elementos arquitectónicos, como vanos de acceso, ventanas, escalinatas y plataformas, señalan hacia los horizontes donde se daban diversos eventos astronómicos relacionados con el Sol, la Luna, Venus y algunas estrellas brillantes en la época en la que se usó este edificio.

Resulta notable sin embargo que la mayoría de las más importantes edificaciones prehispánicas están alineadas hacia eventos solares que no corresponden a ninguno de los señalados anteriormente. Se trata de alineaciones que suceden en fechas sin obvio significado astronómico. Así por ejemplo, la Pirámide del Sol de Teotihuacan y con ella un eje urbano de la ciudad, se alinea al ocaso los días 29 de abril y 13 de agosto. En estas fechas suceden también alineamientos solares en pirámides alejadas por cientos de kilómetros de esta gran urbe. Tales fechas son de excepcional significado en el pensamiento prehispánico debido a que simplemente dividen al año solar en proporciones expresables por cuentas de días muy importantes para el sistema calendárico prehispánico. En efecto, después de la primera alineación en el año, el 29 de abril, es necesario que transcurran 52 días para que llegue el solsticio de verano. Otros 52 días separarán a éste del día de la segunda alineación solar de la pirámide, el 13 de agosto. Partiendo de esta fecha, la puesta solar número 260 será nuevamente el 29 de abril del siguiente año. Claramente las cuentas involucradas en esta división del trayecto solar en el horizonte poniente de Teotihuacan implican números que reflejan la estructura del sistema calendárico. Por lo anterior, esta orientación confiere a dicha pirámide, la tercera más grande de México, un valor simbólico del mayor rango ritual ya que la cuenta del tiempo se consideró como un tema sagrado.

Otro interesante ejemplo de una orientación calendárico-astronómica considerando otra característica de la cuenta del tiempo es el Templo Mayor de Tenochtitlan. Esta pirámide, la más grande de la capital mexica, está orientada al ocaso solar los días 9 de abril y 2 de septiembre. En este caso también la traza urbana actual señala hacia la misma dirección. Difiriendo estas últimas fechas por 20 días de las fechas de alineación solar de la Pirámide del Sol, otra vez se tiene una división altamente significativa del año. A partir de la primera alineación solar en el año, el 9 de abril, 73 días después se llegará justamente al día del solsticio de verano. Otros 73 días transcurrirán para regresar a la segunda alineación, el 2 de septiembre. Posteriormente, los ocasos mostrarán un disco solar que se pone cada día hacia el lado sur del horizonte poniente hasta llegar al solsticio de invierno. Lentamente el Sol regresará día tras días de tal forma que el 9 de abril del siguiente año se completará el año. El tiempo transcurrido entre el 2 de septiembre y el 9 de abril es precisamente de 3 veces 73 días, es decir, 219 días. Obviamente el número 73 aparece insistentemente señalado por la orientación del templo. A lo largo de todo México se localizan edificios prehispánicos que muestran esta clase peculiar de orientación, manifestando asimismo la trascendencia de la cuenta del tiempo en la ideología religiosa.

Página del códice maya de Dresden mostrando un eclipse de Sol expresado por el glifo del Sol obscurecido por una especie de alas de mariposa y a punto de ser devorado por un monstruo emplumado. Además, aparecen cuentas numéricas expresando el número de días que separan dos eclipses de Luna y de Sol.Otro aspecto en el que sobresalió la Astronomía prehispánica fue el registro de ciertos períodos de observación de varios planetas y la Luna. En el códice maya que se encuentra en Dresden se asentaron los períodos sinódicos de Venus, Marte y probablemente de otros planetas. En el caso de Venus, el objeto del cielo nocturno más brillante, después de la Luna, se enlistan las fechas del calendario ritual en las que este planeta tenía sus etapas de aparición y desaparición debido a su cercanía al Sol. El códice Borgia proveniente de Cholula también registra la regularidad de dichas etapas de Venus. En el códice maya de Dresden aparece igualmente el registro de las cuentas de días que separan a un eclipse de Luna de otro de Luna y en ocasiones de Sol. Además, se anotaron fechas específicas en las que sucedieron eclipses observados desde la región maya.

Los teotihuacanos utilizaron un tipo particular de petroglifos para señalar eventos celestes. Se trata de dos círculos concéntricos en los que se inscribieron dos ejes perpendiculares entre sí. Todo formado por una sucesión de pequeños orificios horadados tanto en rocas como en el estuco de pisos. Estos petroglifos se han hallado en gran parte del país y son diagnósticos de la presencia teotihuacana. En un pequeño sitio arqueológico cercano a Teotihuacan, Xihuingo, se han identificado no menos de medio centenar de estos marcadores mostrando diferentes variantes y la presencia de otros petroglifos representando muy diversos motivos. El marcador con el mayor número de orificios, situado en la posición más alta de la ciudad, se puede observar en el horizonte del más cercano en un nivel inferior. A este último marcador se tiene asociado una serie de petroglifos con una sugerente temática: una glifo calendárico, en el sistema punto y barra, proporcionando la fecha 13- “algo brillante” sugerido por dos pequeños círculos concéntricos que se usaron en la época posclásica para designar a las estrellas. También se labró un rostro sugiriendo tal vez la acción de observar. Además, aparece una estrella de cinco puntas dentro de la cual aparece otros dos círculos concéntricos. De acuerdo al dato arqueológico, la manufactura de estos petroglifos fue entre los años 200 al 450 d.C. Considerando la línea de visión que une los centros de ambos marcadores se obtiene aproximadamente la dirección hacia el centro de la cola de la constelación del Escorpión, en la parte sur del cielo. Según fuentes históricas chinas, entre el 28 de febrero y el 29 de marzo del año 393 d.C., justamente en ese punto del firmamento brilló de una manera intensa una gran estrella. Estudios recientes de remanentes de explosiones de supernovas han determinado que se trató realmente de una supernova que brilló tanto como la estrella más brillante del cielo, Sirio. Se podría afirmar por consiguiente que muy probablemente los observadores teotihuacanos habrían registrado direccional- e iconográficamente la explosión de esa supernova.

La Gran Pirámide de Cholula posee, junto con el trazo urbano de la ciudad colonial, una orientación hacia el ocaso solar en los días del solsticio de verano.

Ciertamente, la investigación de la actividad astronómica del México prehispánico aún nos depara muchas sorpresas. Estamos ante una admirable expresión de una cultura que, en parte, surgió como resultado de la penetrante observación de la naturaleza que practicó el hombre prehispánico.